Recientemente se ha aprobado una Ley que sanciona a las personas que intentan frente a las clínicas abortistas evitar que las madres Intervengan Violentamente sus Embarazos. Más información aquí: https://www.elcomercio.es/sociedad/salud/carcel-acosadores-clinicas-20220406122235-ntrc.html

Como mujer que en 2008 fue a una de esas clínicas, en San Sebastián -lejos del movimiento «provida»-, a abortar supongo que no me habría hecho sentir nada bien encontrarme una oposición o un frente contrario a lo que estaba dispuesta a hacer. Al fin y al cabo, firmando en el supuesto que ese embarazo «suponía un grave peligro para mi vida» (manda huevos los legisladores y facultativos que dieron ha afirmado -sin pruebas de ningún tipo- que la llegada de un hijo/a puede provocar enfermedad mental en una mujer sana), esa acción violenta contra mi descendencia y mi propia integridad era LEGAL.
Desde hace unos años que comencé a reconocer y a enfrentar el profundo dolor de la pérdida de mi primer hijo, lamento no haberme encontrado con la oportunidad de ver una ecografía de lo que llevaba dentro, algo mucho más que un amasijo de células, tal y como pensaba yo entonces (y es que de alguna forma hay que justificarlo); la oportunidad de que alguien con el corazón abierto me hubiera mirado a los ojos, hubiera reconocido mi bloqueo –fruto del miedo y la desconexión conmigo misma-, y me hubiera tendido una mano cálida para sacar ese embarazo adelante, a pesar de la condena familiar y social a creer que «eso que llevaba dentro era un marrón«.
Hoy con mi tercer hijo, este sí ya vivo, de casi 5 años, puedo afirmar que Intervenir Violentamente un Embarazo no libera ni empodera a ninguna mujer, sino todo lo contrario. Que los derechos sexuales y reproductivos los debemos ejercer, por supuesto, enplena conciencia para evitar ser madres, es decir, quedarnos embarazadas, cuando no queremos. Que cuando ya estamos embarazadas, ya somos madres (y a nuestro lado, o no, hay nuevos padres). Que en ese momento lo último que necesitamos es que el lobby de la industria abortista y farmacéutica nos convenza de que abortar puede ser seguro e inocuo. Que no es libre ni voluntario, porque para ejercer la voluntad, como mínimo, se ha de tener plena información, como, por ejemplo, una ecografía y consecuencias del postaborto.
Me consta por víctimas de la IVE que, muchas mujeres en esas clínicas abortistas son presionadas por sus parejas a permanecer abiertas de piernas cuando en el último momento se han querido echar para atrás, que algunas han sido incluso atadas, y que el personal de esas clínicas sabe muy bien que hay que mantener unos estrictos protocolos de frialdad y acorsetamiento para que las madres no conecten con sus hijos intrauterinos. En muchos casos, las madres dicen no querer hacerlo una vez sus vientres ya han sido vaciados. Tarde, traumático y lamentable.
El trauma postaborto es una realidad y todo un drama al que me enfrento, ya no tanto a nivel personal, sino social porque cada vez son más mujeres, y también hombres, los que acuden a mi apoyo tras una Intervención Violenta del Embarazo. Cuando ya no hay vuelta atrás. Cuando ya solo queda el perdón y la reconstrucción de esas almas heridas, esos corazones rotos y, en el caso de las mujeres, esos cuerpos destruidos. Menos mal que con amor todo se cura. Si bien la vida perdida no se recupera.
Nunca estaré a favor de la hostigación ni de los insultos hacia nadie. Ahora bien que, si frente a una perrera donde se van a sacrificar animales inocentes, un laboratorio cosmético en el que se van a torturar infinidad de seres vivos (seguramente con fórmulas que incluyen extraordinarias células madres extraidas de los fetos y embriones de estas mismas madres) o una clínica donde se van a extraer violentamente vidas humanas, protestar es un delito: ¡apaga y vámonos!